La ley del esfuerzo es básica para que el ser humano desempeñe sus funciones en la vida de la mejor manera posible. El esfuerzo es un valor que no viene de nacimiento, sino que los padres y madres tienen que enseñar a sus hijos, ya que necesita de un entrenamiento, el cual consiste en la creación de hábitos y responsabilidades, a través de la constancia. El valor del esfuerzo en la formación de una persona es esencial. Al enseñarlo, se transmiten además otros valores primordiales como la fortaleza, la paciencia, la tolerancia o la generosidad. Y se elimina la idea equivocada, de que todo llega sin hacer nada.
La cohesión entre niño, familia y educador otorgará al menor una estabilidad. Sin amor y comprensión los valores del esfuerzo no serían válidos ya que son pieza fundamental en el organigrama de la vida.

No nos engañemos, el esfuerzo es dignidad, es intentar hacer las cosas mejor con una sonrisa, con ganas de seguir luchando día a día, hora a hora y minuto a minuto, por conseguir nuestros sueños; el ser consciente de los errores que cometemos y buscar alternativas, aunque ese día hayamos trabajado el doble, eso es dignidad y esfuerzo. No le enseñemos a nuestros hijos que las cosas se consiguen fácilmente, porque todo tiene un precio, y aprender que todo se consigue con el esfuerzo es una de las grandes enseñanzas que podemos recibir cuando somos pequeños.
Por otro lado si preguntásemos, incluso a profesionales de la enseñanza, sobre cuáles son las principales metas del sistema educativo, pocas veces nos encontraríamos entre las respuestas que una de ellas es, o debería ser, la excelencia.
Esta debe ser una de las metas prioritarias de cualquier actividad educativa, con lo cual estoy diciendo desde ahora mismo que el sistema educativo no está para garantizar ningún tipo de mínimos, estrategia que se emplea en ocasiones para defenderse de posibles críticas cuando los resultados no son los deseados. Un sistema educativo orientado a garantizar los mínimos (concepto relativamente difuso y cambiante), lo único que acaba asegurando es la mediocridad.
Educar en la excelencia no supone una tarea fácil. Todos los padres y profesores que persigan educar hacia la excelencia están obligados a conocer una serie de puntos determinantes para poder conseguir lo que pretende, como la libertad, el respeto, la motivación, el fomento de la autoestima, el adquirir un buen hábito de estudio, educar la afectividad o controlar la inteligencia emocional. Todo esto para lograr que el niño que hoy estamos educando el día de mañana pueda aprender a pensar con criterio por si mismo.
Garantizar la excelencia es una consecuencia inmediata del respeto a la diversidad y de la consideración de que cada persona tiene no sólo un ritmo, un tempo, distinto, sino unas competencias y capacidades diversas, y si consideramos que en el horizonte de la educación está la persona y su pleno desarrollo.
El sistema educativo debe lograr, a través de una educación tan personalizada como sea posible (debería serlo en grado sumo), la promoción del óptimo resultado posible para cada persona. A mi juicio, esto garantiza una apuesta seria por la promoción de la excelencia, que será diversa para cada persona, ciertamente, pero que provocará una transformación tal en las escuelas que impedirá todo igualitarismo, que es a lo que conduce el “garantizar los mínimos”.
Promover la excelencia equivale a facilitar los recursos educativos necesarios que permitan a cada alumno llegar tan lejos, tan rápido, con tanta amplitud y con tanta profundidad como su competencia le permita. Esto es entender el principio de igualdad de oportunidades en su correcta acepción.

Una escuela que no tienda a ser lo más adaptativa posible no podrá garantizar, al menos, esta tensión hacia la excelencia. Pero, curiosamente, con gran frecuencia en círculos pedagógicos se habla de educación personalizada, de individualización educativa o de atención a la diversidad y a las necesidades educativas especiales que ella conlleva. La pregunta es ¿Qué se hace con la excelencia de los más excelentes? La respuesta está al alcance de cualquiera.
Obtener los retos que se quieren fácilmente sin tener que esforzarse es lo más cómodo y lo menos adecuado a la hora de educar a nuestros hijos. El valor del esfuerzo, es decir, luchar por las cosas que se quieren conseguir en la sociedad, es una cualidad muy positiva de las personas, es educar en la excelencia. Es saber construirse sólidamente como ser humano, con piezas de calidad como los buenos principios y los valores. El hombre que vive con excelencia posee, entre otras cosas, las siguientes características: Intuición y alegría, claridad en sus propósitos, originalidad, responsabilidad y libertad. Un ser humano excelente construye a otros, soporta el rechazo, no se frustra, mejor aún, le da sentido a la vida, es equilibrado en su pasión y responde con la razón.
“La calidad nunca es un accidente; siempre es el resultado de un esfuerzo de la inteligencia”.–John Ruskin-
2 respuestas a “Educar en la Excelencia y el Valor del Esfuerzo”